“Ahora es tan diferente,” escuché a mi madre decir el otro día mientras hablaba con mi prima sobre la crianza de su hijo y las formas innovadoras de llevar desde un proceso de alimentación hasta de cómo leerles un cuento. Lo cierto es que la cantidad de información allá afuera puede aturdir, abrumar e incluso crear una carga inmensa de culpa por “decir lo incorrecto,” “no siempre lograr acompañar el llanto,” “no educarme lo suficiente,” “usar métodos retrógrados,” o por el simple hecho de “enojarse y perder la paciencia.” Siempre se dice que ser padre no incluye manual y quizá, aunque existan muchos libros y recursos, pero fallamos por ir en la dirección equivocada. ¿Y sí te dijera que se puede ser excelente padre siendo impaciente, teniendo ideas retrogradas, con una educación y hábitos distintos a los que leemos, con una tolerancia menor a la que “queremos” y con miles de pensamiento de enojo y hasta incluso desagrado ante situaciones con nuestros hijos? ¿Dirías que estoy loca? Quizá por la pura curiosidad de descubrirlo, podemos darle vuelta a la idea.

Empecemos como nos encanta en ACT, con una metáfora. Imagina que tu hijo es una máquina que te han entregado y debes armarla y usarla, pero no tienes un manual. Entonces decides buscar en Google, en Youtube, preguntándole a tus conocidos y leyendo libros sobre cómo armar y usar esta hermosa máquina. Sin embargo, a veces cuando ves los videos, lees los libros y páginas web, escuchas a tus conocidos o te sientas a armar la máquina, hay un grito ensordecedor que te detiene de lo que estás haciendo, te hace taparte los oídos, cantar muy fuerte para dejar de escucharlo o te hace llorar de la desesperación. ¿Crees entonces que todos esos recursos te servirían y que podrías armar y usar la máquina? Yo creo que no y creo que nos pasa lo mismo con la crianza. No hay manual y aunque nos llenemos de recursos, nunca podremos aplicarlos o intentar hacer las cosas que queremos con nuestros hijos si no sabemos relacionarnos con el señor más gritón de todos, nuestra mente.

Entonces te pregunto, ¿has notado que relación tienes con tu mente, le crees, la callas, la tratas de controlar, te metes en ella por horas? ¿Cómo afecta está relación que tienes con tu mente la relación que tienes con tus hijos? Ahora te invito a explorarlo, a darte cuenta si hay pensamientos que te paralizan o te traen abajo en tu paternidad. Ahora imagina que estos pensamientos se vuelven esos gritos mientras estás tratando de armar la máquina, ¿los logras quitar gritando otras cosas o cantando fuerte? ¿De qué te pierdes mientras peleas con ellos, que tuerca se cae o que botón se activa en esa máquina mientras estás en tu mente? ¿De que te darías cuenta o que verías en la relación con tu hijo, si dejarás de pelear con estos pensamientos? ¿Qué pasaría si los dejaras estar allí mientras escuchas a tu hijo, ves a tu hijo, vives a tu hijo, aunque haya un ruido en el fondo? ¿Qué pasaría si tratas de hacer algo importante, de formar a otro ser, reconociendo que no hay nada que puedas hacer ante los pensamientos desagradables más que dejarlos estar mientras recuerdas y haces eso que tanto valoras? Tu paternidad desde ACT es esto exactamente, aceptar tu mundo interno, encontrar lo que te importa y actuar a pesar de tu historia, a pesar de tus barreras, estando allí con ellas y con todo lo demás que te rodea, buscando acercarte a tu hijo, a tus hábitos de padre idóneo, aceptando lo que eres y lo que tienes, pero usándolo para lo que vale y suma. Aunque no haya un manual, siempre habrá consejos y aprendizajes de todos lados que se integren a tu mente, estos a veces serán útiles y a veces será como tratar de armar la máquina bajo las instrucciones de otra máquina. A veces tu primer impulso será darte instrucciones a ti mismo o decirte cosas que no quieres oír e intentar cambiar el contenido del manual que te has formado puede ser como borrar tinta impresa con un borrador de lápiz. Contrastando lo anterior, en ACT te invitamos a que dejes esas instrucciones, rodar como los créditos de una película, con música y ruido y todo y te dediques, mientras ruedan estos créditos, a apreciar, entender y atender a esa preciosa maquina que te ha sido dada.